Aunque intentes eludirlas, ellas siempre llegan. En forma de casualidades, personas, momentos concretos o punzadas en lo profundo. No importa, siempre vuelven. Son los interrogantes que ahogan el minutero, porque requieren paciencia.
El problema no es que las preguntas llamen a tu mente, sino que te martilleen el corazón. Entonces ya es demasiado tarde, te han visto, te han atrapado y no puedes escaparte.
Y yo lo confieso: las he estado evitando;se clavaban donde todavía mi ánimo no podía llegar, en lo insoportable de la incertidumbre y la soledad.
Domingo 21 de junio: buena compañía, guitarra a la espalda, papel y boli en mano. Le doy la bienvenida a la época estival y me dispongo a enfrentarme, por primera vez, a las preguntas que me claman, a los por qués sin porques…
Es dificil condensar en una mañana la historia de toda una etapa, querer desgranar los rostros, colorear de nuevo en mi mente los paisajes o recrear las conversaciones que pronunciaban más «nosotros» que «yos». Imposible no emocionarse con un sinfín de pequeñeces acumuladas a lo largo de estos años.
Me pierdo entre la naturaleza. Estoy sola. He logrado salir del ruido ensordecedor de la ciudad, del ritmo frenetico del horario y las prisas, y lo ùnico que oigo es el silbido de los pájaros y el crujir de las ramas de los árboles. He de reconocerlo también, aunque evito pararme; vivir el día a cámara lenta es una gozada, conecta con mi yo más profundo, conecta con ÉL.
Saco la guitarra. Miro a un lado, a otro. Continúo sola. Me parece casi increíble, encantador. Me atrevo a entonar a viva voz, sin importarme si desentono o canto mal. Entonces se desatan todos los sentimientos y emociones aprisionados largos meses atrás en mi corazón-coraza: brotan como un torrente, imparables, a borbotones,sin pedir permiso, sin enjuiciar nada. Simplemente son y están en mi. Pero no importa, no hay nadie, solos Él y yo.
Me permito una última pregunta: ¿Y cómo sería mi vida si mi camino no hubiera pasado por aquí, por Madrid?
No lo sé, y no tengo ganas de averiguarlo. Doy infinitas gracias por todas las curvas del sendero, por todas las encrucijadas, por las heridas cicatrizadas,por el esfuerzo con recompensa, por los sueños cumplidos, por… (imposible expresarlo en palabras).
Realmente ya no me importan las preguntas, ni las respuestas, ni los por qués, ni los porques; porque (cierto es que sí que atesoro algunos «porques») me basta con saber que estás aquí.
Recojo el cuaderno, la guitarra, me calzo las zapatillas y retomo de nuevo la civilización. Con interrogantes, sin respuestas. Lo único que siento claro es que voy recuperando «mi amor primero». Ya saben, ese que te toca y no te abandona jamás.
«Me basta«, simplemente. La forma es lo de menos. Estamos. ÉL y yo. Somos.
Ultimamente siento cómo se me estancan las palabras. Me resulta muy complicado sentarme a escribir. Pero casi ni esto me importa: «Me basta». Yo me entiendo, y sé que Él también.